PUT YOUR HEAD ON MY SHOULDER
Publicada en Kiné n° 153, agosto - septiembre 2022
Un complejo en
revisión permanente
En el uso común
decimos el hombro, o los hombros desconociendo la complejidad de
este espacio articular. No es necesario saber anatomía para conocer sintiendo,
percibiendo. A la inversa, saber la teoría no siempre nos lleva a conocer en la
práctica. Lo que comprendemos del funcionamiento
corporal, de manera consciente o inconsciente, organiza nuestro modo de mover.
Conocer amplía nuestras posibilidades de movimiento saludable y desarrollo
motor y de sentir bienestar.
Antes de avanzar, propongo un ejercicio muy
simple que acompañe la lectura: tocar el
hombro derecho con la mano izquierda y, después, el hombro izquierdo con la
mano derecha, al soltar, registrar sin juzgar adónde localizamos nuestro hombro;
es decir: ¿qué fue lo que tocamos al leer “tocar el hombro”? A continuación,
propongámonos alcanzar con la mano algo que esté delante de nosotros y
registremos qué rol juega el hombro en esa acción que realizan el brazo y la
mano, y en qué varía la capacidad de alcance si modificamos de maneras sutiles la
tonicidad muscular de nuestra “zona hombro”. Levantemos el brazo como si
quisiéramos sujetar una cuerda que está por encima nuestro y traccionemos hacia
nosotros, registrando en ese movimiento la relación entre la tonicidad de
nuestra “zona hombro” con la precisión prensil. Volvamos a hacer ese mismo
movimiento colocando la mano contraria sobre la “zona hombro”, ¿cómo la
delimitamos ahora?, ¿qué es hombro para nosotros a partir de esta experiencia?,
¿cómo pensamos, ahora, que es el hombro?
Puede que no
seamos demasiado conscientes de nuestros hombros o incluso, como señala
Alexander Lowen, que no los consideremos como parte viva. Solemos imprimir
expectativas de “aguante” en esta zona. Puede que la creamos inalterable,
inmodificable y hasta ajena a nosotros. Sin embargo, el hombro es un complejo
articular en permanente revisión, actualizándose con nuevos conceptos biomecánicos
que amplían nuestras posibilidades de comprensión y funcionamiento integrador y
orgánico. Se lo define como conjunto de articulaciones anatómicas y
funcionales que permiten el movimiento de la raíz del miembro superior; es
un sistema de sostén, de desplazamiento anteroposterior y de aplicación al
tórax. Al complejo articular del hombro lo conforman articulaciones
verdaderas (o anatómicas) y articulaciones funcionales, es decir: espacios
de deslizamiento y bolsas serosas que permiten el movimiento de estructuras ósteoarticulares
entre sí.
Una parte joven
de nosotros mismos
El miembro
superior está organizado de manera tal que su extremidad, la mano, pueda ser
prensil con máxima precisión en el espacio más vasto posible. Biomecánicamente se considera que son cinco
las articulaciones que conforman al complejo del hombro: glenohumeral, escapulo-
serrato -torácica, acromioclavicular, esterno – costo – clavicular, subdeltoidiana.
El hombro es
espacio de comunicación entre tronco, cintura escapular, brazo y juega un rol
preponderante en el paso de la postura cuadrúpeda a la bípeda, ya que tuvo que
adaptarse y evolucionar. Su función es facilitar la movilidad de la mano y del
brazo, sí; pero, también, está vinculado con la liberación del tracto vocal
permitiendo una fonación más sutil y una respiración más profunda. En el paso
de la posición cuadrúpeda a la bipedestación, la nueva organización de los ejes
de decantación del peso alargó el cuello, modificando los espacios y la
cualidad muscular. La articulación del
brazo con el tronco evolucionó para ofrecer al brazo la máxima amplitud de movimiento.
Como la anatomía del húmero y de la escápula no permiten, por sí mismas,
cumplir esta función, se desarrolló una organización compleja que moviliza a
numerosas articulaciones siguiendo una cronología y proporciones rigurosas.
Cuando queremos elevar el brazo entre 150 y 180º entran en juego las 5
articulaciones mencionadas más las articulaciones de la columna dorsal y lumbar.
Es decir que el
complejo articular del hombro juega un rol destacado tanto en funciones básicas
como asociado con la motricidad fina: comer y respirar, por un lado y movilidad,
alcance y precisión de la mano y expresión de la palabra hablada, por otro. Cumple
un rol fundamental en cuanto a nuestras necesidades básicas; pero es
preponderante en relación con nuestro hacer y nuestro modo de resolver, es
decir, con nuestra manera de intercambiar con el mundo. Lo que queremos traer
hacia nosotros; lo que elaboramos para alimentarnos; lo que damos a los demás
desde el corazón hacia las manos, desde el corazón hacia la garganta, hacia la
voz; la escritura y la ejecución de instrumentos; el uso de nuestras
capacidades defensivas como frenar la intromisión de alguien o algo en nuestro
espacio personal, arrojar algo lejos de nosotros, expresar nuestras emociones, empujar,
golpear. Todos estos son actos que, sin esta evolución del hombro, no podríamos
realizar como los concebimos.
Podemos
comprender mejor estas implicaciones del hombro si pensamos el ejemplo de
Rudolf Steiner sobre la imposibilidad de empujar un piano y reírnos a la vez; o
si rememoramos alguna experiencia de respiración “corta” relacionada con tener
los hombros “subidos” por la angustia o el miedo. Nuestras emociones se
asientan en reacciones instintivas, impulsos de huida, acercamiento, defensa.
Todas estas acciones mencionadas tienen un correlato vivencial simbólico. Nuestra
evolución nos permite inhibir esos impulsos para adaptarnos en una vida social
constructiva. Pero ¿qué hacemos con las pequeñas o grandes emociones cotidianas
que alojamos evitando manifestarlas?
Cargar un gran
peso sobre nuestros hombros
Hay una cantidad
de frases de uso común y metafórico en que hacemos referencia al hombro:
Tener que
poner el hombro
Cargar un peso
excesivo sobre nuestros hombros
Dar o recibir
una palmada en el hombro
Ver lejos por
estar parados sobre los hombros de gigantes
Mirar por
encima del hombro
Arrimar el
hombro
Encogerse de
hombros
Tener buen
ancho de hombros
Tener la
cabeza sobre los hombros
Echarse un
problema sobre los hombros
Y, por supuesto,
la referida en el título de esta nota: Poné tu cabeza en mi hombro.
Propongo que
volvamos a leer estas frases con papel y lapicera a mano para anotar qué quiere
decir específicamente cada una de ellas, en nuestro fuero más íntimo. Comprendiendo toda la complejidad descripta de
la anatomía del hombro, decir “hombro” deja de remitir a un lugar
suficientemente específico y pasa a ser una gran zona con espacios concretos
que registrar. Entonces, podemos reparar en estas frases y dibujar dónde
localizamos anatómicamente cada una de ellas, en qué parte específica de esa
zona llamada hombro nos resuena precisamente. También, si usamos la expresión en
primera, segunda o tercera persona. Y también, en nuestro mundo concreto e
íntimo, a quién involucra cada expresión y cuál es la causa de cada sensación,
permitiendo que las imágenes y asociaciones circulen de modo libre mientras las
observamos sin sacar conclusiones apresuradas.
Relajar es
dejar pasar
Alexander Lowen
plantea que cualquier miedo constituye un shock momentáneo para el organismo. Cuando
no somos conscientes de eso, los shocks momentáneos se van transformando en
tensiones que acumulamos en nuestro cuerpo. Los hombros levantados, por
ejemplo, denotan miedo. La represión del miedo produce la represión de la ira.
Miedo e ira son dos emociones que se corresponden. La ira genera un impulso de
ir hacia adelante, de adelantar la cabeza que, al reprimirlo, se aloja en la
base de la cabeza. El miedo genera la reacción de alejarse o de huir y la represión
de la huida se refleja en el levantamiento de los hombros. Las tensiones en el
complejo articular del hombro se vinculan con nuestras dificultades para
extender los brazos y alcanzar cosas, con la poca fluidez al escribir de manera
manuscrita, con la dificultad para hablar fuerte, o de golpear cuando hacemos
ejercicios bioenergéticos de descarga. Quien tiene los hombros levantados está
colgado de su miedo y es incapaz de soltarse. La inhibición de la ira genera
tensiones en la espalda y los hombros.
Tanto en la
biomecánica pianística como en el Sistema Consciente para la Técnica del Movimiento,
que clasifican las articulaciones en fuerza, relajación
e intención, el hombro es considerado una articulación de
fuerza. Esto no quiere decir que debemos hacer fuerza sino organizar
y ejercer nuestra fuerza desde el hombro con una dirección distal que
permita que esa fuerza se dirija hacia el espacio que nos rodea, a través del
brazo y la mano. Para dejar circular esa fuerza, los espacios articulares del
hombro deben estar relajados. Relajar, en esta concepción, no se refiere a
abandonarse en un estado de hipotonía muscular, sino a abrir espacios para
dejar pasar. Esto requiere de una gran ocupación de nuestro pensamiento, de
nuestra voluntad y de nuestra percepción, ya que, abrir no es empujar, por lo tanto,
no podemos lograrlo haciendo fuerza.
Involucrarnos en
estas prácticas es una buena decisión que podemos tomar al cuidado y guía de
las personas profesionalmente indicadas. Si ya estamos involucrados en algún
tipo de técnica corporal consciente, la lectura, sin duda, habrá ido dejando
huellas y trabajando sobre aquello que nos resuene. No deja de resultar
asombroso que, aún desde los saberes específicos, el hombro es un espacio poco
visitado en comparación con la pelvis, la columna o los pies. La curiosidad
reside, para mí, en que, siendo una zona tan afectada de manera permanente, va
imprimiendo aspectos limitantes, impidiéndonos estar en contacto con el caudal
de nuestra fuerza y lo profundo de nuestra persona. El gran pianista Claudio
Arrau decía que la relajación de la musculatura profunda permite al intérprete
estar en contacto con su alma.
Se me ocurre un
último ejercicio que podemos hacer al finalizar la lectura: Recostarnos en el
piso con las piernas flexionadas, ubicando una almohada (preferentemente
viscoelástica) debajo de nuestros hombros. Seguramente queden apoyados una
buena porción de nuestros omóplatos y la base de nuestro cráneo. Relajamos la
garganta para dejar que cualquier sonido que surja pueda circular. Extender los
brazos hacia el techo sin despegar los hombros de la almohada, pero sin hacer
fuerza para dejarlos fijos. Hacer movimientos similares a los sugeridos al
inicio de la nota; pero en esta posición y con los dos brazos a la vez, como si
quisiéramos agarrar cosas que están delante de nosotros, cada vez más lejos,
registrando cómo se van involucrando (y despegando de la almohada) las
diferentes zonas de este complejo articular, variando sutilmente la tonicidad
muscular del hombro buscando la máxima relajación en cada movimiento, usar el
mínimo de energía necesaria. Quizás, sin que nos demos cuenta, toda esa fuerza
que no podemos hacer se esté alquimizando en sonidos que pasan por
nuestra garganta. Después, permitimos a los brazos hacer los movimientos que
surjan mientras registramos el contacto con la almohada. Llevamos los brazos
hacia atrás hasta apoyar el dorso de las manos en el piso. Deslizamos los pies
por el piso hasta extender las piernas, Permanecemos unos instantes permitiendo
que la columna suavemente se alargue. Retiramos la almohada para apoyarnos en
el piso. Relajamos la garganta y decimos en voz alta todas las asociaciones que
pensemos en ese momento. Para terminar, nos sentamos y luego nos ponemos de pie.
¿Cómo sentimos los hombros ahora? ¿Cómo decanta el peso de los brazos? Y, quizá
lo más importante: ¿Qué tenemos ganas de hacer?
Gabriela González López
es Artista escénica multidisciplinaria, Investigadora, Docente, Coordinadora de
los Talleres Cuerpo y Artes Escénicas. Profesora Titular de Cátedra en la UNA.
Beca Nacional Grupal 2009 del FNA, para la Investigación La función del oído
interno en el trabajo del intérprete músico y / o actor. La investigación
sobre la consciencia del movimiento y el diálogo entre las artes son una
constante en su labor pedagógica y artística.