Escalera barroca Iglesia San Domingos de Bonaval, Santiago de Compostela.
Un viaje desde el oído
Hace quince años inicié un viaje sin retorno: una hipótesis, surgida mientas
daba una clase, sobre la relación entre el oído interno y la emoción y su
potencial en el trabajo corporal para la práctica expresiva me involucró en una
investigación que tuvo muchas etapas. Ésta derivó en la creación de un
entrenamiento que busca ampliar la consciencia de los procesos cognitivos de los
que participa el oído interno. En el oído interno encontramos la cóclea, que
forma parte del sistema auditivo, y el vestíbulo. Los circuitos vestibulares
están implicados en la percepción y la memoria espacial, el equilibrio y la
atención dividida, la percepción del desplazamiento angular de la cabeza, la
detección sensorial del desplazamiento lineal, la percepción de los cambios de
las fuerzas gravitacionales. Los núcleos vestibulares, en el tronco encefálico,
poseen proyecciones hacia la médula espinal que colaboran con la coordinación
del balance postural y, en conexión con los núcleos oculomotores, estabilizan la
mirada. Pero también, los sistemas funcionales cerebrales y sus mecanismos en el
hemisferio derecho relacionan al sistema vestibular con la regulación emocional.
La prevalencia cultural del sentido de la vista, sobre todo a partir de la
segunda mitad del S. XX, nos hace relegar la valiosa información que nos llega a
través del sistema vestibular. No importa lo que percibimos si la referencia
visual lo pone en duda. La vida cotidiana en las grandes ciudades nos empuja a
desestimar la información perceptiva para sobrellevar la convivencia en espacios
públicos como el subterráneo, el colectivo, un banco en hora pico y hasta un
bar. Las valoraciones sobre si un espacio es amplio o comprimido o si una
distancia entre dos personas es mucha o poca, serían muy distintas si en vez de
pensarlas visualmente las pensáramos perceptivamente. Quizá por esto, muchas
personas no saben darse cuenta de las sensaciones que tienen del espacio interno
y del espacio inmediato. La función perceptiva vestibular es una noción vaga
para muchos. La pandemia que estamos viviendo y las medidas de la llamada nueva
normalidad en todo el mundo, ponen en crisis esta idea mercantil del espacio que
busca el máximo aprovechamiento del milímetro cuadrado y que nos entrena en
negar la percepción vestibular haciéndonos creer que nuestro espacio personal es
aquél que termina con el contorno de nuestra piel.
SINTONIZÁNDONOS
Gracias al vestíbulo, configuramos la imagen de nuestro cuerpo en el espacio. En
sentido figurado, funciona como una especie de antena que capta y pone en
diálogo información muy sutil y afirma nuestra subjetividad. Por eso a mí me
gusta utilizar la expresión “sintonicémonos”. Nadie puede percibir por nosotros.
Pero cuando acallamos esta información perceptiva, es como si permitiéramos que
eso sucediese. Cuando entrenamos su registro y valoración, podemos percibir cómo
alguien entra en nuestro espacio personal inmediato mucho antes de lo que
solemos llamar “cerca”, podemos tener la sensación de algo o alguien que viene
hacia nosotros y descubrir que, en realidad, está sucediendo al revés y
comprobar que el espacio se conforma con la memoria de otras vivencias
espaciales. El primer hecho desconcertante para quienes asisten a estos
entrenamientos suele ser que deben realizar una gran parte de la clase con los
ojos tapados. Desde esta dominancia del sentido vestibular, con el de la vista
en reposo, no tenemos más adentro y afuera: somos en un espacio. Cualquier
movimiento, incluso los sutiles o internos, adquieren una dimensión mayor y
también se trastoca la sensación de qué es rápido y qué es lento. En esa
percepción aunada se experimenta una sucesión vertiginosa de emociones, que
surgen del diálogo percepción-sensación, como si vivenciásemos infinitos
pliegues de espacio. Una experiencia fascinante, desconcertante y divertida. Una
espacialidad en permanente transformación conformada por otras presencias que
también percibimos de manera intensa y particular: sintonizándonos también
sintonizamos con otros. La imaginación creadora es una combinación de la
sensorialidad. Esto quiere decir que debemos hacer una clara diferencia entre el
training, en el cual no hay situaciones libradas a la imaginación, sino a la
observación y registro; y el trabajo creador, en el cual, ese entrenamiento se
aplica y se recrea. En la imaginación creadora hay una reelaboración de
experiencias sensitivas y una creación y recreación a partir de éstas. Entrenar
y ponderar la consciencia de los procesos cognitivos de los que participa el
oído interno, nos invita a aceptar la disolución de algunas estructuras,
ponernos en crisis, desorganizarnos, y reorganizarnos integrando este potencial.
Llego al final de esta nota que escribo y me doy cuenta de ciertos paralelismos
entre lo que escribí y este tiempo histórico que nos toca vivir, en el que puede
sobrevenirnos una sensación de desequilibrio, emocional o físico; o también de
pérdida o de ganancia de espacios. Quizá sea un buen momento para sintonizarnos,
percibir la dimensión y el potencial de los pequeños movimientos, acompañarnos
en la sucesión vertiginosa de emociones que puedan emerger y reafirmarnos en la
experiencia de ser en un espacio que no está separado de nosotros.
Gabriela González López Artista escénica. Investigadora. Docente. Profesora Titular de
Cátedra en la UNA. Coordinadora de los talleres Cuerpo y Artes Escénicas.
Especializada en Técnicas Corporales Conscientes. Beca Nacional Grupal del FNA
(2009) para la investigación transdisciplinaria “La función del oído interno en
el trabajo del intérprete músico y /o actor.” Creadora de un abordaje corporal
que se basa en investigaciones sobre el oído interno y su relación con la
emoción, la percepción y la memoria: Estimulación Vestibular y Sintonización
Somatico-Emocional®